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Inita

La sepultura sin sosiego

"La sepultura sin sosiego" ha sido catalogada de modo variopinto. Desde recetario de dichas oscuras y pesares brillantes hasta el compendio de las excentricidades de un londinense muy snob.

Su autor es un inglés atrapado tras una ventana en la que no para de llover, mientras ve bombardear Londres, y su amada Francia se pierde muy lejos, más allá del canal, mucho más allá. Su autor es Cyril Connolly (1903-1974),

Connolly es contemporáneo de Graham Greene y George Orwell, fue considerado durante muchos años una gran promesa de la literatura británica y uno de los mejores críticos literarios de los años 30 y 40, entre sus obras encontramos La caída de Jonathan Edax y otras piezas breves, Noventa años reseñando novelas, Cien libros clave del Movimiento Moderno y Enemigos de la promesa.

"La sepultura sin sosiego" es el primer libro de Connolly que leo, es la cuarta edición y está a cargo de la editorial Mondadori y su ciclo de Libros de bolsillo. Lo encontré en oferta y su autor me era completamente desconocido, hojeé el libro y encontré esto:

¿Por qué solamente las hormigas disponen de parásitos cuyos zumos embriagadores beben y en aras de los cuales sacrifican incluso a sus crías? Porque son los insectos que gozan de una estructura social más elevada, y por ello también su vida es la más intolerable.

Me dijé... “este tipo debe traer buenas cosas para mí”. Y no me equivoqué. La sepultura sin sosiego es un libro de múltiples conversaciones y anécdotas, lleno de citas prestadas, de consideraciones personalísimas, de pequeñas historias que intentan explicar grandes cosas, es en resumen, un blog de los años 40.

Cuando me paro a considerar todo lo que creo, y para ello debo partir de todo aquello en lo que no creo, me da la sensación de conformar una minoría de uno... pese a saber que hay millares como yo: los liberales sin creencia en el progreso, los demócratas que desprecian a sus semejantes, los paganos que han de vivir de acuerdo con una moral cristiana, los intelectuales para quienes el intelecto no es suficiente... materialistas insatisfechos, somos tan vulgares como el barro.

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Síntomas de buena salud que se esfuman: levantarse temprano, afeitarse temprano, vivacidad en el cuarto de aseo, alacridad al cruzar la calle, cuidado del aspecto externo, horror de la propiedad, indiferencia hacia los periódicos, amabilidad con los desconocidos, folie des maures.

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Hay dos maneras de arruinarse el gusto por la literatura: la primera consiste en entregarse a la bibliofilia; la segunda, en dedicarse a la crítica literaria.

"El inquieto Anacobero" de Salvador Garmendia

Salvador Garmendia tenía ojitos de ratón, brillantes y pequeñitos, atrapados en surcos de
arrugas, tenía una voz melancólica que añoraba la infancia entre las tías, las muñecas de trapo y su tierra de crepúsculos puntuales. Encontré su libro de cuentos “Enmiendas y atropellos” en un puesto de libros de segunda, a la entrada de la UCV, al módico precio de 1200 bolívares. ¿Pueden creerlo? 23 cuentos garmendianos por el precio de dos tickets de metro.

Garmendia es uno de esos escritores que no cuenta nada asombroso, nada que paralice la respiración por segundos. Garmendia escribe recuerdos, historias de otros que se asoman a sus cuentos, pedazos de vida que contaron desconocidos y sus personajes luego repiten. Es un escritor de anécdotas que cuenta y recuenta, que detalla al extremo y mezcla historias con la maestría de un barajador de cartas.

Uno de sus temas recurrentes es la Caracas de los cabarets, la ciudad nocturna que atrae con las candilejas de la diversión o aterra con su circo repulsivo.

De “Enmiendas y atropellos” escogí “El inquieto Anacobero”, una historia que describe el ambiente citadino de mediados del sigo XX, los grandes cabarets y los pequeños burdeles, las bailarinas famosas que devenían en prostitutas de poca monta. El amor burlado y luego vengado a tiros o puñetazos. La diversión nocturna transformada luego en tragedia diurna.

Esta historia es la exhibición sin adornos de miserables personajes que se pasean en el relato gracias a una conversación centrada en Daniel Sans Souci.

De allí en adelante es como pasar las hojas de un albúm: el Pasapoga y sus deliciosas cantantes, la cocaína servida en platicos de postre, millones jugados al poker, las mujeres más bellas de Caracas almorzando en La Pastora y luego cenando un whisky en el burdel de La Gata, las noches orgiásticas donde sobraba carne y alcohol.

Un general enamorado de una Miss Panamá que recibe todos sus obsequios, para luego dejarlo esperando mientras juguetea en la cama con el negrito Happy. Un general enamorado disparando luego a su mala fortuna.

Tomasito enamorado de Marmolina, una prostituta que prefería los favores de Daniel Sans Soucy. Tomasito reventando la puerta a patadas y descargando su furia de hombre engañado en las carnes de la puta que no le vende sus noches.

Todos equivocados de pasiones, todos apostando y perdiendo, todos atrapados en un torbellino de celos y amores frustrados. Una historia de discretos faroles rojos que ocultan la escena nocturna de Caracas.

Pd: Al principio no comprendía el por qué del título de este cuento, ¿El inquieto Anacobero?. Resulta que Daniel Sans Souci existió con el nombre de Daniel Santos, uno de los primeros cantantes de la Sonora Matancera, quien era llamado “el inquieto anacobero”. Anacobero es como decir diablillo, pícaro, juguetón.

Ojos de perro azul

Ojos de perro azul Libro: Todos los cuentos de Gabriel García Márquez - Editorial Oveja Negra 1983

Este es un cuento para dioses. Omniscientes, omnipresentes y etéreos. Pueden existir o simplemente dormitar en alguna caverna de nuestras quimeras o nuestras ganas.

Sólo dos personajes y cientos de representaciones. Ella escribiendo en las baldosas “ojos de perro azul”, y él con mala memoria de sueño intentando recordarla al despertar. Ella garabateando en las servilletas “ojos de perro azul” y él buscándola infructuosamente en otros sueños u otras pesadillas. Ella, a plena luz del día, anhelando al nocturno personaje…él prometiendo encontrarla a través de mil y una dimensiones, a través de miles de ojos, con solamente un recuerdo que olvida al despertar.

Ella teme que alguien entra en el sueño y desordene la habitación. Este es un miedo razonable, pues todos los que leemos esta historia del Gabo Márquez hurgamos en la peinadora, en la desarreglada cama, en el pasillo repleto de quimeras ajenas, en la piel de cobre, amarillo maleable o endurecida negritud de ella, en la mirada curiosa de él. Hasta escuchamos el sonido metálico de la cucharita que cae y los despierta…y los separa.

Pero muchos no podemos separarnos de esta historia, es posible que mirando con ojos de perro azul encontremos una mirada par.

Extracto de "Ojos de perro azul":

«Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ojos de perro azul». Y dijo que iba a los restaurantes y les decía a los mozos, antes de ordenar el pedido: «Ojos de perro azul». Pero los mozos le hacían una respetuosa reverencia, sin que hubieran recordado nunca haber dicho eso en sus sueños. Después escribía en las servilletas y rayaba con el cuchillo el barniz de las mesas: «Ojos de perro azul». Y en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de todos los edificios públicos, escribía con el índice: «Ojos de perro azul». Dijo que una vez llegó a una droguería y advirtió el mismo olor que había sentido en su habitación una noche, después de haber soñado conmigo. «Debe estar cerca», pensó, viendo el embaldosado limpio y nuevo de la droguería. Entonces se acercó al dependiente y le dijo «Siempre sueño con un hombre que me dice: “Ojos de perro azul”». Y dijo que el vendedor la había mirado a los ojos y le dijo: «En realidad, señorita, usted tiene los ojos así».

(....)

Dio dos chupadas al cigarrillo. Yo estaba todavía parado frente al velador cuando me quedé mirándola de pronto. La miré de arriba abajo y todavía era de cobre; pero no ya de metal duro y frío, sino de cobre amarillo, blando, maleable. «Me gustaría tocarte», volvía a decir. Y ella dijo: «Lo echarías todo a perder» volvió a decir, antes que yo pudiera tocarla «Tal vez, si das la vuelta por detrás del velador, despertaríamos sobresaltados quién sabe en qué parte del mundo». Pero yo insistí: «No importa». Y ella dijo: «Si diéramos vuelta a la almohada, volveríamos a encontrarnos. Pero tú, cuando despiertes, lo habrás olvidado». Empecé a moverme hacia el rincón. Ella quedó atrás, calentándose las manos sobre la llama. Y todavía no estaba yo junto al asiento cuando le oí decir a mis espaldas: «Cuando despierto a medianoche, me quedo dando vueltas en la cama, con los hilos de la almohada ardiéndome en la rodilla y repitiendo hasta el amanecer: “Ojos de perro azul”».

(...)

«Mañana te reconoceré por eso. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: “Ojos de perro azul”». Y ella, con una sonrisa triste, que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día». Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado».


El cuento está en línea.

Inita Val

Junto a Adica y Galatea, forma parte del colectivo Collage. También estudia Comunicación Social (pero su pasatiempo es cambiar de universidades) ULA- UCV.

Prefiere escribir cuentos largos y novelas cortas. Su meta es garabatear guiones para documentales y hacer las mejores preguntas. La poesía la lee, pero poco la escribe (para bien de la humanidad). Tiene un sello personal a la hora de escribir: casi todos sus personajes mueren, esto hace que el negocio más rentable de sus historias sea el de las funerarias.

En su top 10 juegan dominó (dos equipos y dos mirones)
Fedor Dostoiesvki
Gabriel García Márquez
Julio Cortázar (con su sempiterno cigarro)
Ernesto Sábato
Hermann Hesse (el escritor de un esqueleto)
Nietzsche (el ídolo de mi generación)
Mario Benedetti (el abuelo de todos)
Juan Carlos Liendo (el enemigo de la televisión)
Jerzi Kozinsky
Aldous Huxley (con todo su “mundo feliz”)

Lo piensa mucho antes de recomendar un libro, pero luego de medir la estatura y el peso de la víctima, ella dirá: “Crimen y castigo” de Fedor Dostoiesvki. Casi siempre regalará libros (quebraría una editorial si fuese la dueña), un obsequio indicado es “El Principito” de Saint-Exupery, porque será bien recibido y no importa cuantas ediciones tenga el agasajado, siempre habrá algo nuevo para descubrir.

Cuando decide leer un libro (a menudo) la lógica le dice que debe subrayarlo, tachonearlo, escribir comentarios en los bordes y luego comentarlo, es una “reseñista” nata.

Prefiere las obras que desenrollen la psique humana y las interrelaciones sociales, obras que expliquen a cabalidad sus personajes, sus acciones, sus palabras, y el entorno en el cual se desarrollan. Por eso su escritor favorito es Dostoiesvki, no ha leído toda su obra porque ese es un placer que prefiere probarlo por bocados.

Para iniciar un collage de obras, Inita recurre (por ahora) a “Mendigos y orgullosos” de Albert Cossery.

“Gohar vivía en la más estricta economía de los medios materiales. La noción de la comodidad había sido proscrita hacia tiempo de su memoria. Odiaba rodearse de objetos; los objetos contenían los gérmenes latentes de la miseria, la peor miseria de todas, la miseria inanimada; la que engendra fatalmente la melancolía debido a su omnipresencia. Y no era que fuese sensible a las apariencias de la miseria; no le atribuía a ésta ningún valor tangible; para él siempre constituía una abstracción. Simplemente quería proteger su mirada de una promiscuidad deprimente.

La desnudez de aquel cuarto poseía para Gohar, la belleza de lo inaprehensible, en él se respiraba un aire de optimismo y libertad. La mayor parte de los muebles y objetos de uso ofendían su vista, no podían ofrecer ningún alimento a su necesidad de fantasía humana. Sólo las personas, con sus locuras innombrables, poseían el don de divertirlo.”


Aprendió a leer con “Coquito” (el de mimamamemima). En el primer grado le leía a toda su clase y su primera carta la escribió a los 5 años desde Pamplona (Colombia). Eso fue el principio de una relación imperecedera con las letras.

De pequeña leía hasta los carteles de las calles sancristobaleñas, pero luego fue mejorando el gusto. En sus pequeñas manos pasearon los cuentos de Andersen, los hermanos Grimm y Oscar Wilde, sufrió cuando cegaron a Miguel Strogoff , pretendió copiar el calendario de Robinson Crusoe, juraba que el Quijote luchaba contra gigantes y no contra molinos mientras sentía una tierna compasión por Sancho Panza y su pretendido reino de Barataria. Sin embargo, su pasión infantil era la historia, esos pedazos de vida que a fuerza de repetirlo se han convertido en una verdad posible.

Mientras crecía (o eso al menos creía ella) los libros se fueron adueñando de los sitios más curiosos de la casa: libros en la cocina, debajo de la cama, en el baño, en el escaparate, en las carteras, en la cesta de los juguetes, al lado de los cosméticos de su mami (la savaranola de los libros), en la cuna de sus hermanitas… y lo más importante, en las 24 horas del día.

En aquella época tropieza con Herman Hesse y su “Lobo Estepario”, “Sidharta”, “Narciso y Golmundo”, sueña con la elevación en cuerpo y alma de Remedios la Bella, se desespera ante la pasibilidad del esposo ciego de Maria Iribarne, reconoce el amor en la oscura relación de Martín y Alejandra, tiembla ante un título de Sábato “Abbadon, el exterminador” y consigue sosiego en el terror de Quiroga. Devora con avidez las obras de Allan Poe, se enamora del buen ser de Chance Gardiner, moquea con el triste final de Ofelia, renuncia al feminismo de Bovary y acto seguido desecha a Simona de Beauvoir. Pero lee a Camus y “La Peste”, mientras siente vergüenza por no poder escribir cartas como Benedetti.

Muy pronto comprendió que no crecería más, sin embargo el 1,63 de estatura le hizo comprender que debía ser grande en otro aspecto. Lo consiguió leyendo a Nietszche y su personalísima filosofía, y descubriendo los vericuetos sellados en personajes de Dostoiesvki.

Kafka le dibujó la vida que quería llevar, sueldo de burócrata y sueños de escritora. Rousseau y Hobbes son unos de los pocos escritores políticos que ha hojeado y aunque entre sus metas está leer ávidamente literatura marxista, aún no lo hace porque piensa que para todo habrá tiempo. Ensaya un acercamiento con “la política de izquierda” leyendo a Chomsky, Galeano, Moore y cortos escritos del Che Guevara. Mientras tanto se interna en la “Casa tomada” de Cortázar y sólo logran sacarla de allí unos personajillos que le provocan ternura, los cronopios.

De vida cruda prefiere a Truman Capote y a Sylvia Plath (una de las pocas mujeres, junto a Storni, a quien lee con gusto). Teme a los cocodrilos que describió Lorca pero es feliz con las caricaturas de Quino, de Mortadela y Filemón y con lo que lo poco que recuerda de Axterix y Obelix.

Otros libros ha leído, otros personajes ha saboreado, la lista es extensa y ella prefiere que el show (o el blog) se inicie ya. Pero falta una respuesta….

De ser un personaje le gustaría ser ella misma. Pero como esa respuesta no es válida, escoge a Remedios la Bella vestida de saco y con la cabeza rapada. Un modo natural de ser sobrenatural.

Comentario personal:
“Lo del banco del libro va en serio”.

Bordieu y la televisión

Libro: “Sobre la televisión” de Pierre Bordieu. (1998) Editorial Anagrama.

Esta pequeña obra es una trascripción de dos conferencias realizadas el 18 de marzo de 1996 en el College de France, por el estudioso de la comunicación (hoy fallecido) Pierre Bordieu, en las que hace un acercamiento a los efectos de la televisión en las diferentes esferas de la producción cultural.

De modo ameno y resumido, Bordieu aborda la cuerda floja de los medios de comunicación que se debaten entre convertirse “en extraordinarias herramientas de democracia directa o en precisos instrumentos de opresión simbólica”.

De allí parte a una serie de reflexiones acerca del “verse en televisión”. La pantalla se ha convertido en la fuente de Narciso en la que poco importa lo que se diga mientras se esté en ella, y engloba todo con una interesante cita de Berkeley: “Ser es ser visto”.

Prosigue con la censura invisible y la autocensura, a la que llama la corrupción estructural. De allí parte al “monopolio de la televisión sobre la formación de mentes”, el uso de lenguaje y las imágenes para ocultar mostrando y mostrar para esconder, hasta llegar a la información circular que no es otra cosa sino la repetición obscena de contenidos que uniformizan y homogenizan la competencia de los medios.

Entonces entra con la parte que provocó mayor interés en mí, el índice de audiencia, la urgencia y el uso de los fast thinkers. Tomaré prestados unos párrafos del libro para señalar cada uno de los casos.

Indice de audiencia
“El índice de audiencia es la medición del número de telespectadores que sintonizan cada cadena. Esta medición se ha convertido en el criterio último del periodista (…) Hace tan sólo 30 años, entre los escritores de vanguardia y los artistas modelo, el éxito comercial inmediato resultaba sospechoso: se le consideraba una señal de compromiso con el siglo, con el dinero. En cambio ahora, y cada vez más, el mercado es reconocido como instancia legítima de la legitimación. (…) Impera en la actualidad, una mentalidad de índices de audiencia en la cual la lógica comercial se impone a las producciones culturales.”

La urgencia y los fast thinkers
El último es consecuencia de la primera, pero se retroalimentan de modo efectivo.

“Los índices de audiencia ejercen un particular efecto sobre la televisión: se traducen en una mayor presión de la urgencia por la primicia y el dominio informativo (…) Se dice más o menos que cuando se está atenazado por la urgencia no se puede pensar. Y uno de los mayores problemas que plantea la televisión es el de las relaciones entre pensamiento y velocidad. ¿Se puede pensar atenazado por la velocidad? ¿Acaso la televisión, al conceder la palabra a pensadores supuestamente capaces de pensar a toda velocidad, no se está condenando a no contar más que con fast thinkers, con pensadores que piensan más rápido que su sombra?

Hay que preguntarse, en efecto, cómo son capaces de responder a estas condiciones absolutamente particulares, cómo consiguen pensar en condiciones en las que nadie podría hacerlo. La respuesta, me parece, es que piensan mediante ideas preconcebidas, mediante tópicos (…) Cuando se emite una idea preconcebida es como si eso ya se hubiese hecho, como si el problema estuviese resuelto. La comunicación es instantánea porque, en un sentido, no existe. O es sólo aparente. El intercambio de ideas preconcebidas es una comunicación sin más contenido que el propio hecho de la comunicación.

Los fast tinkers proponen fast food cultural, alimento cultural predigerido (…) son los especialistas del pensamiento desechable, los profesionales les llaman “los buenos clientes”. Son personas a las que se puede convidar, se sabe que serán maleables, que no crearán dificultades ni pondrán en apuros, y además hablarán hasta por los codos.”


Culmina Bordieu con los debates verdaderamente falsos y falsamente verdaderos, el papel del presentador, contradicciones y tensiones, la composición del panel y las relaciones de competencia y de connivencia. Es un libro corto, muy fresco, con ejemplos; muy adecuado para acercarse de modo crítico a la televisión.

Instrucciones para subir una escalera

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

Julio Cortázar de "Historias de Cronopios y de Famas",1962. Edición 1996 Alfaguara